18/7/12

LUIS TORREJÓN VALDIVIA EN RURAQ MAKI 2012

Luis Torrejón Valdivia
Chachapoyas
Amazonas





RURAQ MAKI
Exposición venta de arte popular tradicional
Museo de la Nación
Del 19 al 29 de julio 2012


Fuente:
Catálogo RURAQ MAKI HECHO A MANO. Ministerio de Cultura. Lima, 2012.

COMUNIDAD DE HUANCAS EN RURAQ MAKI 2012

 Comunidad de Huancas
Chachapoyas
Amazonas




RURAQ MAKI
Exposición venta de arte popular tradicional
Museo de la Nación
Del 19 al 29 de julio 2012


Fuente:
Catálogo RURAQ MAKI HECHO A MANO. Ministerio de Cultura. Lima, 2012.

25/1/12

PUENTE Q'ESWACHAKA

Renovación anual del puente colgante Q’eswachaka:
Conocimientos ancestrales, técnicas precolombinas y rituales colectivos


Miguel Ángel Hernández Macedo

Durante la época prehispánica, la región central andina fue escenario del desarrollo de sucesivas civilizaciones que fueron acumulando los conocimientos de sus antecesoras. A lo largo de varios milenios, las poblaciones que habitaron este espacio fueron creando y perfeccionando tecnologías de control sobre la naturaleza y sistemas de organización social para afianzar su supervivencia e impulsar su bienestar material y espiritual. La diversidad resultante de esta interacción de las sociedades con la naturaleza significó también la creación de tipos particulares de ordenamiento social, organización política y estrategias económicas que las sustentaran para una mejor adaptación al entorno mediante la optimización de los recursos de su medio. Se produjo así el surgimiento y apogeo de grandes señoríos e imperios que controlaban y hacían productivas extensas áreas de múltiple y compleja geografía y de grandes variedades climáticas.


Parte medular del esfuerzo por administrar este vasto territorio y sus recursos fue el desarrollo de un sistema vial cuyo diseño y extensión respondía a la amplitud geográfica de los Estados, expandiéndose en función al crecimiento de los espacios asimilados por éstos. Es así que hasta ahora se puede apreciar importantes remanentes de una compleja red de caminos que se prolongaron a lo largo de miles de kilómetros. El reto de interconectar los territorios andinos fue mayor que el enfrentado en otras partes del mundo, dado que se debía atravesar un espacio en extremo accidentado por las características montañosas de los Andes. Durante el último Estado originario, llamado Tawantinsuyo y bajo el control de los incas, la inmensa trama de caminos se consolida en función de las lógicas económicas y estrategias políticas de sus gobernantes para articular una gran variedad de culturas y poblaciones. Este camino principal andino, llamado Qhapaq Ñan (qhapaq = grande, ñan = camino), incluyendo sus redes secundarias y tramos locales, llegó así a tener una extensión que superaba los 30,000 kilómetros al momento de la Conquista, atravesando el actual territorio de tres países, Ecuador, Perú, Bolivia, y llegando a penetrar otros tres más: Colombia Chile y Argentina.

Formando parte del Qhapaq Ñan se podían apreciar sofisticadas construcciones: vías empedradas de curso plano y también escalonado, reservorios, depósitos de víveres y suministros, así como puestos de vigilancia y fortificaciones. Entre las soluciones técnicas que se emplearon para sortear un paisaje tan accidentado como el andino, una de las más interesantes la constituye los dispositivos para atravesar los cursos de agua, así como para remontar quebradas y de este modo acortar los recorridos: los puentes, hechos de diversos materiales, como piedra, madera, y fibra vegetal, y adecuaciones técnicas, según fueran utilizados para atravesar los caudalosos ríos o los profundos cañones existentes en los Andes. Así, se construyó desde puentes firmes de piedra hasta puentes colgantes de fibra vegetal. Dada la antigüedad de su continuado uso, así como la utilidad de este recurso vial ante la falta de alternativas modernas, muchos de los conocimientos sobre la construcción y preservación de su infraestructura se han mantenido hasta la actualidad en la memoria de diversas comunidades y pueblos aledaños a su emplazamiento.

Hay algunos casos en que se sigue incluso construyendo estos puentes, y no por motivos de necesidad en tanto ya hay alternativas modernas para cruzar los ríos, sino por motivaciones simbólicas, culturales, y de mantención de la identidad colectiva. En este documental preparado por la Dirección de Patrimonio Inmaterial Contemporáneo, hemos querido registrar un caso especial al respecto. Se trata del puente colgante llamado Q’eswachaka o “puente de sogas” (q’eswa = soga, chaka = puente), el cual forma parte de un tramo secundario del Qhapaq Ñan, en la ruta entre Cusco y Apurímac. Este puente se encuentra en las alturas de la región Cusco, en la provincia de Canas, distrito de Quehue. Es el único puente colgante cuyo tradicional proceso de reposición anual se ha mantenido constante desde hace por lo menos 600 años, fabricado enteramente a mano, en una faena colectiva por comuneros de la localidad, y a partir de fibras vegetales de origen local.

El Q’eswachaka está ubicado sobre un tramo del río Apurímac, cuyo lecho en este lugar está a una altitud aproximada de 3,700 metros sobre el nivel del mar, teniendo este puente colgante una extensión de 28 metros y un tablero de 1.20 metros de ancho, y se ancla en grandes bases de piedra que se yerguen en cada extremo de la quebrada. La segunda semana de junio de cada año, cerca de mil personas de las comunidades campesinas contiguas al puente (Huinchiri, Chaupibanda, Choccayhua, y Ccollana Quehue) se reúnen con el propósito de reponerlo, construyendo todo un puente nuevo y desechando el del año anterior. El puente nuevo conserva las características del anterior, usando los mismos materiales y técnicas especializadas, y estando la organización colectiva de la construcción a cargo de expertos del lugar quienes reciben de sus padres y transmiten generacionalmente, desde tiempos inmemoriales y al interior de un solo linaje familiar, el conocimiento especializado y las tradicionales técnicas para su construcción.

Antiguamente el puente Q’eswachaka era el único medio de comunicación entre las comunidades vecinas y su buen estado de conservación era crucial para su estilo de vida. A pesar de que en la actualidad su utilidad como vía de paso sea relativa, su renovación anual es un evento significativo que involucra a todas las familias de las comunidades referidas. Esta renovación se realiza bajo la modalidad de la mink’a o minga, una forma andina de trabajo colectivo no remunerado que tiene como finalidad obtener beneficios comunes. Desde tiempos remotos, muchas de las actividades productivas que se realizan en los Andes se basan en este antiguo sistema de reciprocidad. Entre otras actividades, la min’ka se emplea en la cosecha de papas y maíz, en la limpieza de canales de irrigación o en el techado de alguna iglesia o casa, cuando es necesaria una gran cantidad de mano de obra.

Para el caso de la renovación del puente Q'eswachaka, cada familia de la comunidades aledañas tiene la obligación de fabricar una larga soga hecha de una fibra vegetal llamada q’oya (Festuca dolichophylla), una gramínea de altura de la misma familia de plantas que el ichu o icho, y que crece en zonas húmedas de las punas. Los comuneros van en búsqueda de este tipo particular de paja, ya sea de forma individual, familiar o grupal, y cada año los comuneros deben recorrer distancias cada vez más extensas para encontrar esta resistente materia prima, ya que al parecer está tendiendo a escasear en la zona.

Antes del segado de la q’oya, los comuneros se reúnen para acullicar (chacchar) hojas de coca, como preludio a toda actividad a realizarse durante el día. Se trata de un momento íntimo en el que se conversa y se comparten experiencias y anécdotas, además de ofrecer frutos de su trabajo a los apus o entidades tutelares de los Andes. Después de ser cortada, la q’oya es envuelta en grandes atados y llevada por los comuneros sobre sus espaldas hacia las casas, donde es dejada afuera para secarse al sol durante todo un día. Al comenzar el siguiente día, luego del acullicado, los manojos de paja son chancados con piedras, adquiriendo la flexibilidad necesaria para la confección de largas soguillas sin perder resistencia ni flexibilidad. Una vez mullida, la paja se remoja en agua y está lista para convertirse en q’eswa, una soguilla que es el insumo principal para la construcción del puente colgante y de la cual obtiene su nombre.

Cada familia está comprometida a proporcionar una q’eswa de 40 brazadas de largo (alrededor de 70 metros), por lo que el trabajo de fabricarla puede tomar varios días. Las fibras de q‘oya son torcidas y trenzadas entre sí utilizando las manos, una técnica que no ha variado en cientos de años y que los comuneros transmiten de generación en generación mediante la participación de los niños en esta actividad. A medida que su tamaño crece, las q’eswas son estiradas para comprobar su firmeza, pues la fortaleza del puente depende de la elaboración adecuada de estas soguillas. En algunos casos este trabajo es realizado de forma grupal, acompañado de conversaciones y risas entre los comuneros y sus familias, compartiendo también viandas e incluso una tradicional watia, comida a base de tubérculos cocidos en un improvisado horno de tierra, muy popular en las comunidades de altura. Una vez terminada la faena, las soguillas se enrollan y se guardan hasta el primer día de actividades para la construcción del nuevo puente.

Primer día de construcción: Encuentro de comuneros y fabricación de las grandes sogas

Durante el Tawantinsuyo, el mantenimiento y renovación de los caminos y puentes se encontraba a cargo de las poblaciones circundantes, las que cumplían dicha labor organizadas en faenas comunales con alto contenido de ritualidad y donde reafirmaban sus vínculos de solidaridad y pertenencia. Esta tradición se ha mantenido en la zona de Quehue a pesar del paso del tiempo, así como la práctica de realizar actos festivos y rituales en cada etapa de la reconstrucción anual del Q’eswachaka.

La reposición del puente se empieza un jueves y culmina el sábado de la misma semana. Antes de iniciar cualquier labor, y como es usual en las poblaciones alto-andinas, se practica un ritual ancestral con el propósito de rendir culto a las antiguas entidades tutelares de la zona. Un oficiante, llamado paqo, realiza una ceremonia a la Pachamama o madre tierra en una mesa ritual, donde simbólicamente le entrega una serie de productos de alta carga simbólica como ofrenda. Asimismo, durante este ritual el paqo se dirige a los apus locales, montañas tutelares sagradas, solicitando permiso para el trabajo, así como protección para los comuneros que participarán en la faena, la construcción adecuada del puente y su feliz culminación.

Los principales productos en la mesa ritual son hojas de coca, mazorcas y granos de maíz, vino servido en un vaso de madera tradicional o qero, cigarrillos, un feto de llama y varios huevos de gallina. Esta mesa se despliega en una de las orillas del puente y se mantiene durante toda la jornada y a lo largo de los tres días que dura la renovación. Un poblador local, don Cayetano Cañahuiri, es en la actualidad el único paqo autorizado para realizar el ritual pues, además de ser comunero de Huinchiri, heredó esta función de su padre. El paqo cuenta con ayudantes quienes cerca de la mesa de ofrendas encienden una fogata hecha a partir de bosta y paja, donde los productos ofrendados se quemarán paulatinamente a manera de regalo a la Pachamama y a los apus. Ellos explican que la fogata es la boca de la madre tierra y que, por medio del humo de la hoguera, las montañas reciben y consumen los productos ofrendados.

Mientras tanto, los miembros de las cuatro comunidades participantes se distribuyen en ambas márgenes del río, donde las autoridades comunales verifican la entrega de una q’eswa por cada comunero en representación de su familia. Hacia el mediodía, comienza la labor de estirar y entrelazar las soguillas para formar con ellas sogas medianas llamadas q’eswaskas. Sólo los hombres participan en esta labor, dado lo reducido del espacio, mientras que las mujeres y los niños se ubican en los alrededores fabricando más q’eswas que servirán luego para completar las demás sogas empleadas en el puente. Las q’eswas son extendidas sobre el suelo en grupos de treinta aproximadamente, se amarran en un extremo y se giran tirando de los extremos para entrelazarlas formando sogas de mediano grosor. Esta labor es acompañada de la algazara de los comuneros, ya que al estirar las q’eswaskas se da una suerte de competencia de fuerza. Al grito de “¡chutay!” (¡tiren!), las sogas son estiradas lo más posible para asegurarse de que, luego de colocadas en el puente, no cedan ante la presión del peso que soportarán.

Los comuneros fabrican en total catorce sogas medianas o q’eswaskas. Una vez completadas, se toman tres de ellas y se trenzan formando sogas más gruesas llamadas duros o turus. Empezando por uno de los extremos de la soga, uno de los comuneros realiza esta labor utilizando manos y pies, y otros van tomando su lugar cuando el primero se cansa, y proceden así hasta llegar al otro extremo. Se fabrica en total cuatro grandes duros que compondrán el tablero del Q’eswachaka. Por otro lado, con dos q’eswaskas entrelazadas se forman unas sogas grandes llamadas maki (“mano” en quechua). Las makis se usan como pasamanos y baranda del puente. Una vez hechas las makis y los duros, éstos también son estirados a manera de competencia por grupos de comuneros tirando de los extremos.

Las comunidades participantes se reparten esta labor, de modo que la de Collana Quehue fabrica un duro y un maki, la de Huinchiri fabrica dos duros, la de Chaupibanda fabrica un duro y un maki, y la de Choccayhua se encarga de elaborar la cubierta del puente y proporciona los cayapos, varas de madera que sirven para estabilizar el tablero del puente. Al finalizar el día, las grandes y pesadas sogas son llevadas en hombros por varios comuneros a la orilla del puente antiguo y dejadas ahí durante toda la noche.

Segundo día: botada del puente viejo e instalación de la estructura básica del nuevo

En la mañana del segundo día, el paqo dispone nuevamente la mesa de ofrendas, y algunas veces sacrifica un animal mediano, como una oveja. Algunos comuneros entregan uno que otro producto como ofrenda, como cigarrillos o bebidas, para que el oficiante interceda a favor de ellos durante la ceremonia propiciatoria. Luego de recibir la autorización de la Pachamama y de los apus, comienza la labor instalación de los duros y los makis elaborados el día anterior. Llegado este momento, uno de los comuneros atraviesa el puente viejo con una larguísima q’eswa atada a la cintura, soguilla que servirá para trasladar insumos de una orilla a otra cuando el puente viejo sea botado, y para transportar una cuerda muy resistente que permitirá acarrear los extremos de los duros y de los makis. Cuando ya se ha establecido una vía segura de traslado entre ambas orillas, el puente del año anterior se corta y se deja caer sobre el río Apurímac.

Es necesaria la fuerza de muchos comuneros para atar adecuadamente las grandes sogas en los estribos de cantería del puente, y algunos comuneros mayores suelen guiar el trabajo de los jóvenes, transmitiendo sus conocimientos a los menores. Al mediodía se hace un descanso y se comparte las viandas traídas. Mientras tanto, y como parte de la división de labores, los pobladores de Choccayhua se reúnen en una zona alta de la quebrada para fabricar un tapete que cubrirá el piso del puente. Para esto tradicionalmente utilizan ramas y hojas de árboles del lugar, las que son unidas cuidadosamente usando también q’eswas. La elaboración de este largo tapete toma todo el día y, al culminar su elaboración, éste es enrollado y trasladado cerca al puente, para ser colocado sobre el mismo al finalizar la tercera jornada. Hacia el final de la tarde del segundo día, los duros y los makis están ya firmemente sujetos a los estribos del puente y los comuneros se retiran a sus hogares para reponerse de la intensa jornada.

Tercer día: Los chakaruwaq tejen el puente

Victoriano Arizapana Huayhua y Eleuterio Callo Tapia son comuneros de Huinchiri. Ambos son portadores de los saberes técnicos especializados para el tejido del puente, conocimientos tradicionales que se han venido transmitiendo hasta nuestros días a través de muchas generaciones. Así, a los catorce años de edad, don Victoriano aprendió de su padre los secretos del tejido y, siguiendo la tradición, sólo puede transmitir estos conocimientos en el seno de su familia. Estos especialistas son conocidos como chakaruwaq o “hacedor de puentes”, y su labor ya había empezado desde el primer día de la reposición anual, dirigiendo con atención cada una de las acciones de los comuneros, y ayudando, en caso sea necesario, en la fabricación de los duros o en el amarre de las sogas a las estructuras de piedra.

En este tercer día de construcción, los chakaruwaq se reúnen temprano en la mesa de pago ritual y, luego de recibir a través del paqo el necesario permiso de la pachamama y de los apus, empiezan la delicada y arriesgada tarea de tejer el tablero del puente, uniéndolo con q’eswas a las barandas o pasamanos (makis). Luego de comprobar la firmeza de la estructura de sogas colocada el día anterior, el maestro Arizapana se sienta sobre la base del puente e inicia el tejido, apoyado por dos ayudantes quienes le van suministrando ya sea q’eswas o cayapos. Los cayapos, que como se ha dicho son largas varas de madera, se usan como travesaños del piso del puente y son colocados por los chakaruwaq cada cierto tramo del tablero.

Don Victoriano empieza la confección de la cubierta desde una de las orillas, mientras que don Eleuterio hace lo propio desde la orilla opuesta. Luego de varias horas, ambos maestros se encuentran al medio del puente, a una altura de aproximadamente quince metros sobre el lecho del río. Cuentan los lugareños que antes no había dos sino un solo tejedor de puentes, quien debía trabajar hasta el anochecer. En la actualidad, ambos tejedores complementan su labor y culminan su labor hacia la mitad de la tarde. Cuando se termina con la faena, los chakaruwaq se ponen de pie y gritan “¡haylli!”, expresión quechua de triunfo o victoria, retirándose luego para que un grupo de comuneros pueda extender, sobre el tablero del puente, el tapete de ramas y hojas preparado con anterioridad. En los extremos del nuevo puente esperan las autoridades o personajes principales quienes serán los primeros en atravesar el renovado Q’eswachaka. La reposición del Q’eswachaka culmina entre aplausos y felicitaciones. Al día siguiente se realiza un festival con bailes tradicionales de la región, donde hombres, mujeres y niños de todo el distrito de Quehue disfrutan de la música y de la comida local.


Investigación realizada por Miguel Ángel Hernández Macedo, antropólogo de la Dirección de Patrimonio Inmaterial Contemporáneo del Ministerio de Cultura, con la colaboración de la Dirección Regional de Cultura del Cusco, liderada por la antropóloga Ingrid Huamaní. El artículo fue editado por José Antonio Lloréns.